25/4/10

El fin del franquismo

El tardo franquismo
Los últimos años del franquismo se caracterizaron por la división interna entre quieres eran partidarios de cierta liberalización política, los llamados aperturistas (Fraga, Areilza, Calvo Sotelo, etc.), y los inmovilistas (el “bunker”), que defendían el mantenimiento del franquismo sin cambio alguno. Con el deseo de garantizar esta continuidad Franco, octogenario y enfermo, renunció a las funciones de presidente de gobierno y nombró para este cargo al almirante Luis Carrero Blanco en 1973, que sería asesinato por ETA seis meses después. Su sucesor, Carlos Arias Navarro, aunque presentó un programa de gobierno teóricamente aperturista, adoptó una política claramente inmovilista.
La crisis final
Desde 1973, con el gobierno de Arias Navarro, se incrementó la actividad de la oposición y la represión para combatirla. El régimen, que se sabe débil, recurrirá a la persecución judicial, como el Proceso 1001 contra líderes de Comisiones Obreras, o a la aplicación de la pena de muerte, como ya habían hecho con el comunista Julián Grimau en 1963, y repetirían en la ejecución del anarquista catalán Salvador Puig Antich en 1974 y en el Proceso de Burgos contra terroristas de ETA y el FRAP (Frente Revolucionario Antifascista y Patriota, grupo surgido en 1973), cinco de los cuales serían ejecutados en septiembre de 1975 en medio de las protestas internacionales.







La oposición creciente a un régimen anacrónico y en el que no se vislumbraban intenciones de cambio – pese al terrorismo, la crisis económica, las condenas y el aislamiento internacional- se organizó a partir de la Junta Democrática, liderada por el Partido Comunista, y la Plataforma de Convergencia Democrática, bajo dirección del PSOE. Ambas actuaron conjuntamente a partir de octubre de 1975 (por lo que se les conoció popularmente como la “Platajunta”) en la defensa de la ruptura democrática con el franquismo. Ese decir, concebían la transición, a la muerte del dictador, como un proceso llevado a cabo por la oposición que, formando un gobierno provisional, decretaría una amnistía política, legalizaría a partidos y sindicatos y reconocería los derechos individuales y colectivos básicos, como medidas previas a la convocatoria de elecciones libres. El nuevo sistema político, monarquía o la república, debía ser elegido por los ciudadanos en referéndum.




A pesar del respaldo social que la oposición fue recabando, el franquismo solo moriría con el propio dictador y el sistema democrático no fue fruto de una ruptura, sino de un proceso pactado entre la oposición y los herederos del franquismo que llevaría, durante la Transición, al establecimiento de la democracia.

24/4/10

La oposición política

Los partidos de izquierdas. Desde mediados de los 60, a la oposición protagonizada por los movimientos sociales se une la reorganización de los partidos políticos, especialmente del PCE dirigido por Santiago Carrillo, el más activo de todos los partidos en la organización del antifranquismo, sobre todo a través del movimiento estudiantil y sindical (CCOO). El comunismo, impulsor de la actuación de los maquis en los años 40, había evolucionado hacia el apoyo a los movimientos sociales del interior (Iglesia, Universidad, sindicatos como CCOO, creado en 1962), impulsando la política de “reconciliación nacional”, es decir, la superación de las diferencias de la Guerra Civil como base para la implantación de un sistema democrático. En este sentido, en 1974 había creado la Junta Democrática para agrupar a toda la oposición, integrándose en ella CCOO, el Partido del Trabajo de España o el Partido Socialista Popular; aunque también formaron parte de ella grupos aparentemente muy distantes, como el Partido Carlista, además de varios intelectuales y asociaciones profesionales.
El PSOE, se encontraba dividido entre la línea seguida por los líderes históricos en el exilio, muy alejados de la realidad del país y estancados en la memoria republicana, y los jóvenes del interior, dirigidos por Felipe González y Alfonso Guerra, que acabaron imponiéndose tras el Congreso de Suresmes (1974). En 1975 habían impulsado la Plataforma de Convergencia Democrática,que integraba también a los democristianos de Ruíz-Giménez (Izquierda Democrática), la Democracia Cristiana, la Organización Revolucionaria de Trabajadores y el Movimiento Comunista.
En la izquierda existían otros partidos, más radicales, de tendencia maoísta o trotskista, como la Organización Revolucionaria de Trabajadores (OTR), el Movimiento Comunista, La Liga Comunista Revolucionaria, el Partido del Trabajo de España, etc. Además de grupos terroristas como el Frente Revolucionario Antifascista y Patriota (FRAP) y el Grupo de Resistencia Antifascista Primero de Octubre (GRAPO).
Los sectores de centro-derecha. Los socialdemócratas de Ruiz Giménez (impulsor de la publicación Cuadernos para el diálogo ) y los democristianos de Gil Robles tenían un escaso seguimiento, pero, junto con los socialistas, serían los protagonistas del Congreso de Munich de 1962, invitados por los políticos europeos que mostraban de este modo su apoyo a la democratización de España. Demandaban, como requisito indispensable para la adhesión española a la Comunidad Europea, la instauración de un régimen democrático, garante de los derechos humanos, las libertades políticas y el reconocimiento de las peculiaridades regionales. Desde el franquismo se condenó ácidamente la reunión, que fue conocida como el “contubernio de Munich”, encarcelando a cuantos habían acudido desde España al mismo.
El nacionalismo. El exacerbado centralismo franquista, que prohibió las manifestaciones culturales de las regiones con identidad propia, empezando por las lenguas distintas al castellano, llevaría al resurgimiento de los movimientos nacionalistas como respuestas de oposición al régimen. En Cataluña la oposición se organizó entorno al nacionalismo liderado por Jordi Pujol, fundador de Convergencia Democrática, y se une para formar en 1971 la Asamblea de Cataluña. El País Vasco vive un proceso de recuperación del sabinismo, surgiendo ETA de entre las juventudes del PNV en 1959; desde finales de los 60 se inclinarán por la lucha armada

23/4/10

Los movimientos sociales de oposición al franquismo

El movimiento obrero. Los años 60 trajeron la movilización laboral, impulsada por el desarrollo económico, en las regiones industriales y mineras, además de las grandes ciudades. Los sindicatos clandestinos, CCOO (Comisiones Obreras) y USO (Unión Sindical Obrera), vinculados al PCE y al sindicalismo católico, lograron infiltrase en la organización sindical del Movimiento a partir de la Ley de Convenios Colectivos del 58.
Confederación Sindical de Comisiones Obreras logo
La movilización estudiantil. En el seno universitario tuvieron lugar algunas de las primeras manifestaciones de oposición al régimen, cuando en 1956 se produjeron enfrentamientos entre estudiantes falangistas y demócratas. Entre los detenidos figuraban hijos de destacados franquistas. Una década después la agitación universitaria se generalizó, apoyándose en las estructuras del propio Sindicato de Estudiantes Universitarios (SEU), donde se infiltraron antifranquistas vinculados al PCE y al FLP (Frente de Liberación Popular, más conocido como el “Felipe”). El ambiente universitario se caracterizó por la permanente conflictividad y agitación en reclamación de democracia. Por ello fue objeto de una continua vigilancia y represión.

El distanciamiento de la Iglesia. El Concilio Vaticano II supuso un acercamiento de la organización y la doctrina católicas a la sociedad contemporánea. La consecuencia inmediata fue el distanciamiento respecto al régimen franquista. De ser uno de sus más recios pilares, guardiana de la moralidad española, encargada de adoctrinar a la población, pasó a dar cobijo a los movimientos de protesta, sobre todo a través del sindicalismo cristiano: las Juventudes Obreras Católicas (JOC) o la propia Unión Sindical Obrera (USO), incluso Comisiones Obreras, vinculadas al PCE, encontraron en las sacristías locales para sus reuniones clandestinas, y la figura del cura “rojo” se hizo popular en las barriadas obreras de nueva creación. Pero incluso la jerarquía se fue distanciando para exigir la democratización del país, siendo especialmente importante en este sentido la figura del cardenal Tarancón. El momento de mayor tensión se vivió en 1974 a raíz del “asunto Añoveros” que enfrentó a la Iglesia con el Estado franquista cuando el obispo de Bilbao reclamó el reconocimiento de la identidad cultural vasca, lo que se interpretó como un ataque a la integridad y unidad del Estado, máxime cuando Carrero Blanco había sido asesinado por ETA unos meses antes. Arias Navarro pretendió expulsar de España al obispo, pero ante la amenaza papal de excomunión, tuvo que retractarse.

22/4/10

La oposición y el fin del franquismo

A partir de los 60, los movimientos sociales empiezan a contestar al régimen. Los sindicatos clandestinos (CCOO, USO) se infiltran en el sindicalismo vertical para impulsar las reivindicaciones laborales en un contexto de desarrollo industrial. El movimiento estudiantil, donde el PCE y el FLP encontrarán amplio eco, utiliza la misma táctica. En la Iglesia, la doctrina surgida del Concilio Vaticano II lleva a un distanciamiento, primero de las bases (JOC, HOAC) después, incluso de algunos miembros de la jerarquía.
En cuanto a la oposición política, no alcanzaría un importante desarrollo hasta finales de los 60. Desde el nacionalismo (PNV, ETA, CD), el centro-derecha (Ruíz Jiménez, Gil Robles) a la izquierda (PCE, el más activo e importante, PSOE, etc.), todos los grupos confluyen en la Plataforma de Coordinación Democrática (octubre del 75) con el objetivo de romper con el franquismo para recuperar la democracia
El franquismo entraría en crisis en los últimos años del dictador, con la división interna de sus partidarios (aperturistas/inmovilistas), el aumento de la conflictividad política y social y los efectos de la crisis económica internacional. La reacción represora ante cualquier reivindicación de cambio, el aislamiento internacional y la falta de salida a un régimen que no podía sobrevivir sin Franco, marcarán los últimos años de la dictadura.

21/4/10

Cambios sociales

El desarrollo económico trajo consigo importantes cambios sociales. El crecimiento de la renta per capita, que en 1965 alcanzó los 1000 $, permitió el nacimiento de la sociedad de consumo. Los electrodomésticos entraron en las casas de la creciente clase media; las vacaciones, incluso el “seiscientos”, estuvieron al alcance de cada vez más familias, aunque el crecimiento económico no afectó por igual a todas las clases sociales. Las costumbres se liberalizaron y se impusieron las modas y aires juveniles que llegaban a través del turismo, la emigración, el cine o la publicidad. La práctica religiosa disminuyó y el rigorismo moral se relajó con la modernización que trajo el Concilio Vaticano II. La educación mejoró y se extendió, sobre todo tras la Ley de Villar Palasí (1970).
El desarrollo económico dio lugar a importantes cambios demográficos. La mortalidad, sobre todo la infantil, se contrajo al mejorar la alimentación y la atención sanitaria. La natalidad aumentó en el clima de optimismo que vivía el país, dando lugar a un alto crecimiento natural, alcanzándose en 1975 los 34 millones de habitantes. El control de la natalidad no empezará en España hasta mediados de los 70.
La estructura de la población activa también se ve afectada por el desarrollismo. De un país agrario se pasará a otro industrial, con la consiguiente distribución de la población activa en los sectores terciario, secundario y, en último lugar, primario. En este proceso tendrán una importancia primordial los movimientos migratorios, inducidos a su vez por el desarrollo económico. La necesidad europea de una mano de obra barata y sin cualificar, llevó a unos 2 millones de españoles a emigrar a estos países, fundamentalmente Francia, Alemania y Suiza. Pero las migraciones interiores también fueron muy importantes: se concentró la población en el litoral y las zonas industriales, incluidos los nuevos polos de desarrollo. Madrid, con sus funciones administrativas y de servicios fue el primer foco de atracción, seguido de Cataluña, País Vasco y Valencia. Por el contrario, las regiones emisoras fueron Andalucía, las dos mesetas y Extremadura, seguidas de Galicia. Los desequilibrios territoriales que se venían dando desde el siglo XVIII se vieron acentuados.
Este proceso migratorio supuso un acelerado éxodo rural y, por lo tanto, dio lugar a un rápido proceso de urbanización, de manera que, en 1975, España tenía un 75% de población urbana, habiendo crecido especialmente las áreas metropolitanas de las grandes ciudades: Madrid, Barcelona, Bilbao, Sevilla, Zaragoza o Málaga. De este modo, también crecieron los problemas sociales en estos barrios que habían surgido sin planificación alguna, carentes de servicios sociales mínimos: sanitarios, educativos, zonas verdes y recreativas, formados por colmenas impersonales, cuando no por chabolas o infravivienda de autoconstrucción.
La misma sociedad española experimentó un profundo cambio en sus valores desde los años 60. La secularización de las costumbres, la liberación sexual, el consumismo, etc. llegaron con las modas europeas y la sociedad de consumo. Pero estos cambios no beneficiaron a todas las clases sociales por igual; por el contrario, el crecimiento económico acentuó las desigualdades de clase, los desequilibrios territoriales, el atraso en el campo con respecto a la ciudad y las deficiencias en los barrios más degradados de las ciudades. Aunque también hubo mejoras, como la extensión de las prestaciones sociales con la Ley de Bases de la Seguridad Social (1963); o las mejoras en el campo educativo tras la aprobación la Ley General de Educación (1970) que elaboró el ministro Villar Palasí para generalizar la enseñanza obligatoria hasta los 14 años.
La estructura social también se hizo más dinámica, aunque los mayores cambios afectaron a una clase media cuantitativamente en ascenso y compuesta fundamentalmente por profesionales y trabajadores no manuales (oficinistas, técnicos, funcionarios, etc.). En las clases bajas aumentó el número de los obreros industriales, pues la emigración afectó sobre todo a los jornaleros y obreros del campo. El aumento del salario industrial, y la elevación del nivel de vida con respecto a las actividades agrarias, permitió una mejora de las condiciones materiales de los obreros. Las clases altas eran minoritarias y fundaban su poder económico y social en su proximidad al régimen franquista al gozar de buenos contactos e influencias.
En cuanto a las mujeres, aún manteniendo una situación jurídica que las hacía dependientes del marido, dedicadas preferentemente a las labores del hogar y la maternidad, fueron incorporándose lentamente al mercado laboral, representando en 1970 tan sólo al 20% de la población activa.

Los cambios económicos y sociales vividos en los años 60 –mientras las estructuras políticas permanecían intactas- condujeron inevitablemente a la crisis del régimen que, ya en los 70, vivió un acelerado proceso de descomposición al incrementarse la fuerza de la oposición social y política, la conflictividad laboral, y aparecer el fenómeno terrorista.

20/4/10

La consolidación del régimen

La dictadura tecnocrática

El aperturismo político que se inició con el tratado de cooperación con EEUU y la admisión de España en la ONU requería cambios ministeriales que Franco emprendió en 1957, cuando se incorporaron los ministros del Opus Dei, Mariano Navarro Rubio y Alberto Ullastres, los llamados “tecnócratas”, jóvenes de formación universitaria, de ideología muy conservadora pero que se presentaban más como técnicos que como políticos. De su mano se reformó la administración pública, buscando mayor eficacia y racionalidad, y se inició el aperturismo económico.

Legislación

Las medidas legislativas oscilaron entre las tímidas reformas y el inmovilismo. Así, en 1958 se aprobó la Ley de Principios del Movimiento y el 1967 la Ley Orgánica del Estado, últimas leyes Fundamentales del franquismo y que corroboraban los principios ideológicos y de funcionamiento del régimen, autodenominado “democracia orgánica”. Por esta última se introdujo en las Cortes el “tercio de familias”: procuradores elegidos directamente por los cabezas de familia a razón de dos por provincia.
Otras normas complementaron la legislación: la Ley de Bases de la Seguridad Social (1963) creó las bases de un sistema asistencial; la Ley de Prensa (1966) aprobada siendo Manuel Fraga ministro de Información y Turismo, eliminó la censura previa aunque los periodistas podían ser condenados por sus opiniones y los periódicos cerrados; la Ley de Libertades Religiosas (1967) reconocía la existencia de otras confesiones religiosas, sin eliminar los privilegios de la Iglesia católica; la Ley de Educación(1970) estableció los tres niveles educativos de la enseñanza primaria o EGB, obligatoria hasta los 14 años; secundaria (BUP) y superior o universitaria. Además, en 1969 D. Juan Carlos fue nombrado sucesor de Franco en virtud de la Ley de Sucesión de 1947. Supuestamente todo quedaba “atado y bien atado” para un futuro sin Franco.

El Tribunal de Orden Público, creado en 1958 en sustitución de los tribunales militares, se encargó de perseguir cualquier disidencia, evidenciando el inmovilismo del régimen.

El desarrollismo

El Plan de Estabilización de 1959

El aperturismo político y las consecuencias negativas de la autarquía (inflación, balanza de pagos deficitaria y carencia de divisas) hacían insostenible la situación económica del país, al borde de la bancarrota. Los nuevos ministros del Franco, los jóvenes tecnócratas del Opus Dei se propusieron sustituir el intervencionismo económico fascista por la economía de mercado. Con ese objetivo se aprobó el Plan de Estabilización en 1959, por el que se eliminaban las trabas a la importación y al comercio, entre otras medidas, buscando el equilibrio de la balanza de pagos y la atracción de capitales externos. Estuvo precedido por un conjunto de Medidas Previas(1957) para frenar la inflación y abrirse al mercado exterior consistentes en la devaluación monetaria, la congelación salarial y el control del gasto público.
Los resultados inmediatos provocaron una recesión al reducirse la renta de los trabajadores (por la congelación salarial) y aumentar el paro (muchas empresas cerraron al no poder asumir la modernización). Pero desde 1961 el relanzamiento económico era patente, viviendo el país uno de los procesos de crecimiento más acelerados de nuestra historia (“el milagro español”). En menos de diez años España pasó de ser un país agrario, casi preindustrial, a situarse entre las diez potencias industriales.

Las bases del crecimiento económico

No obstante, el principal factor de crecimiento fue la llegada al país de un importante contingente de divisas que permitió equilibrar la balanza de pagos y cuyas tres fuentes de procedencia eran la emigración, el turismo y la inversión extranjera. La primera se había incrementado con los efectos inmediatos del Plan de Estabilización; la crisis y el paro encontraron salida en la emigración a una Europa necesitada de mano de obra barata y sin cualificar. En cuanto al capital extranjero (principalmente francés, norteamericano, alemán, suizo y británico), acudía atraído por los bajos salarios y la desmovilización de los obreros españoles, que aseguraba la total ausencia de conflictividad laboral, además de la permisividad de la legislación española en materia de contaminación. Como se ve, las principales bases del desarrollo español eran externas.

La industria española experimentó un gran crecimiento, pasando a ser un país exportador. La siderurgia y metalurgia, química, naval, la producción de electrodomésticos y automóviles, fueron las ramas industriales más importantes.
Para planificar este crecimiento se crearon los Planes de Desarrollo, dirigidos por Laureano López Rodó, en vigor entre 1964 y 1975; y los Polos de Desarrollo. Estos últimos, creados con la finalidad de reducir los desequilibrios territoriales, establecían zonas en las que se potenciaba el asentamiento de industrias mediante incentivos y rebajas fiscales. Zaragoza, Valladolid, Valencia, Sevilla, Málaga, etc., entre otras muchas capitales, tuvieron esta consideración para distribuir la industrial fuera de Cataluña y el País Vasco. Sin embargo, no se cumplieron los objetivos ni se corrigieron esos desequilibrios; además, el sector industrial centró todos los esfuerzos en detrimento de la agricultura y los servicios, y el impulso desarrollista no tuvo en cuenta el deterioro del medioambiente, las condiciones laborales abusivas o el derroche de energías.
En el sector servicios, además del desarrollo del comercio, la banca y la administración, el turismo fue la actividad más importante. Los turistas empezaron a acudir masivamente atraídos por el sol, las playas y, sobre todo, los precios de España, que acogía a los trabajadores europeos en sus vacaciones. A través de ellos llegaban las novedades que tanta repercusión social tendrían en nuestras costumbres (música moderna, “bikini”, moda, aperturismo moral, etc.).
La agricultura fue el sector más olvidado. Su atraso impulsó la emigración hacia las ciudades o hacia el exterior y ésta, a su vez, obligó a introducir, finalmente, la mecanización y a buscar técnicas de cultivo que incrementaran los beneficios. La concentración de la propiedad, fruto de esa misma emigración, y la producción para el mercado fueron otras importantes novedades. Si en 1950 la mitad de la población activa se ocupaba en la agricultura, veinte años después este sector representa una cuarta parte, mientras que la construcción y la industria, con un porcentaje similar a los servicios, pasan a encabezar las estadísticas. Finalmente se había producido la “revolución agraria” en España.

19/4/10

La España del desarrollismo

La necesidad de salir de la autarquía para superar las graves dificultades económicas y la aproximación al bloque occidental, en el contexto de la guerra fría, obligaron a aceptar cambios económicos. El Plan de Estabilización del 59 fue el punto de partida.
De este modo, con los 60 llegaría el desarrollo económico y la tecnocracia, aunque las bases políticas del régimen se mantuvieron invariables, pese a pequeños resquicios de apertura. El Plan de Estabilización y los Planes de Desarrollo dieron lugar al “milagro español”, basado en la inversión extranjera, el turismo y las divisas enviadas por los emigrantes. Al hilo del desarrollo económico la sociedad pasó a ser urbana, moderna e industrial y la oposición contra el régimen se organizó.

18/4/10

La autarquía

4.1. Causas
El hambre y las cartillas de racionamiento, además de un mercado negro de precios desorbitados, caracterizan a la posguerra. Urgía la recuperación económica del país y para ella se optó por la autarquía, política económica, de inspiración fascista, basada en la independencia con respecto al mercado exterior. El contexto internacional, primero de guerra y después de aislamiento político, obligó hasta cierto punto a adoptar esta política de autosubsistencia.
4.2. Medidas
El intervencionismo del Estado se hizo imperante. Mediante la Ley de Protección y Fomento de la Industria Nacional(1939) se pretendió impulsar la producción nacional y reducir las importaciones. El Estado planificaba la actividad económica, fijaba precios y promovía empresas a través del Instituto Nacional de Industria (1941), que facilitaba créditos y subvenciones a los sectores considerados estratégicos (siderurgia, naval, ferroviario). También se crearon empresas estatales (RENFE, ENDESA, SEAT, Bazán, etc.) y se nacionalizaron otras (Telefónica y RENFE). Pero la falta de materias primas, maquinaria, combustible y capitales, provocaron un profundo estancamiento y graves problemas de abastecimiento. Además, el mercado era muy limitado debido a la pobreza generalizada.
La agricultura siguió siendo la actividad fundamental pues ocupaba al 50% de la población activa. Mantuvo sus estructuras arcaicas y su baja productividad, lo que, junto a una “pertinaz sequía” (usando los términos del régimen) provocó carestía y problemas de abastecimiento. Para asegurar la distribución, el Servicio Nacional del Trigo obligaba a los productores a entregar al Estado los excedentes a precio tasado para distribuirlos posteriormente mediante el racionamiento.
El comercio exterior estuvo bajo el control estatal, cuya autorización expresa era imprescindible para las importaciones, lo que dio lugar a la corrupción. Además, la escasez de dividas y el cambio sobrevalorado de la peseta hacían excesivamente caras estas importaciones.
4.3. Consecuencias
Con tantas restricciones, el desarrollo económico era imposible, y ello a pesar de contar con una abundante mano de obra mal pagada y desmovilizada. Como consecuencia, aumentó la inflación y el déficit de la balanza de pagos, además de la miseria entre la población. La renta nacional y per capita se mantuvo a un nivel inferior al de 1935 hasta la década de los 50.
El intervencionismo estatal provocó la reducción de la producción y la necesidad de importar alimentos, además de la existencia del mercado negro. Las cartillas de racionamiento, que se mantuvieron hasta 1952, tenían como finalidad abastecer a la población de productos básicos, fijando raciones diarias para cada artículo. Los precios tasados por el Estado desalentaban la producción e incentivaban el estraperlo, nombre que se dio al mercado negro, donde se desviaba casi al 40% de la producción agrícola. La miseria y el hambre serían los rasgos más destacados de la posguerra.
Desde 1948 la situación internacional cambió. El clima de la Guerra Fría favoreció al régimen, caracterizado por su anticomunismo. Paulatinamente regresaron los embajadores, se fueron levantando las restricciones comerciales y la presión diplomática. A partir de 1953, el Acuerdo Hispanoamericano proporcionó materias primas, alimentos, a demás de 1.500 millones de dólares; se inició la recuperación económica y se suprimieron las cartillas de racionamiento, al tiempo que se abandonaba la autarquía.

En este nuevo contexto mundial, el franquismo encontró su supervivencia, al presentarse como un aliado incondicional frente al comunismo.

La política exterior

El contexto internacional determinó la introducción de cambios, más aparentes que reales, en la configuración del régimen. Así, se manifestó como una dictadura totalitaria hasta 1945, cuando los Estados fascistas perdieron la guerra. Desde entonces y hasta 1957 fue una dictadura católica (nacional-catolicismo) y a partir de ese año, con la creciente apertura hacia el exterior, una dictadura tecnocrática.
3.1. La II Guerra Mundial
Al acabar la Guerra Civil, la Segunda Guerra Mundial enfrentaba a Europa. Durante los primeros momentos, cuando las potencias del Eje parecían hegemónicas, España se declaró primero neutral y después “no beligerante”, pero sin dejar de manifestar su simpatías por el bloque fascista, con el que colaboró proporcionando materias primas, espionaje, e incluso soldados (la División Azul del frente ruso), en una política pro-fascista dirigida por el ministro de Asuntos Exteriores, Ramón Serrano Súñer. Sus excesivas pretensiones, que incluían recibir suministros alemanes y quedarse con la colonias francesas del norte de África, impidieron un acuerdo mayor con Hitler, con el que Franco se entrevistó y firmó un acuerdo secreto en 1940.


3.2. El aislamiento
La derrota de Alemania e Italia, pese al distanciamiento español en los últimos momentos de la guerra, y el carácter totalitario del régimen franquista, llevaron al aislamiento internacional de España durante los años 40 y 50. España no fue admitida en la recién creada ONU hasta 1955 y, durante la década de los 40, la práctica totalidad de los países retiraron a sus embajadores (con la excepción del Vaticano, Argentina y Portugal).
3.3. El incipiente aperturismo
En los 50, la guerra fría trajo la aproximación al bloque occidental y la tímida apertura económica al exterior, sobre todo gracias a los acuerdos con EEUU que aportaron ayuda económica y diplomática. El catolicismo y la democracia orgánica sustituyeron al predominio falangista anterior. Así, a partir de 1950 se reanudaron las relaciones diplomáticas al revocar la ONU su recomendación de aislamiento y en 1955 España era admitida en ese organismo internacional, rompiéndose de ese modo el aislamiento. Previamente, se habían firmado en 1953 tanto el Concordato con la Santa Sede –que reconocía los privilegios concedidos por el franquismo a la Iglesia católica- como el Pacto de Madrid con EEUU, por el que se establecían las bases militares norteamericanas en España a cambio de la ayuda económica y militar de aquel país. Como consecuencia interna, los falangistas perdieron peso en los gobiernos de Franco para ser sustituidos por ministros vinculados a los movimientos católicos (ACNP y Opus Dei)

17/4/10

La oposición

Eliminada de esta forma la oposición, prohibidos los partidos y sindicatos, la única resistencia durante estos años estuvo representada por los maquis (unos 10.000 individuos), guerrillas organizadas y armadas por comunistas y anarquistas, refugiados en las áreas montañosas, con la esperanza puesta en una intervención de las potencias democráticas. La aceptación del régimen franquista por el bloque occidental al iniciarse la década de los 50, puso de manifiesto la inviabilidad de este objetivo y de la propia existencia de la guerrilla.
En el exterior, el gobierno republicano se reorganizó en el exilio mexicano desde 1945, pero su división interna y la falta de contacto con la Península fueron las principales causas de su debilidad
A partir de los años 50 surgirá paulatinamente una oposición interior, de carácter más social que político, que tomará el relevo del maquis y de la propia oposición en el exilio.

16/4/10

5. El adoctrinamiento

Como queda dicho, la Iglesia y el Movimiento se encargaron del adoctrinamiento político-ideológico de los españoles a través de la propaganda, la educación y la censura. La moral católica se impuso en espacios públicos y privados. Los sacerdotes establecían en sus homilías el largo de faldas y escotes, condenaban bailes y diversiones por pecaminosos, catalogaban las películas, censuraban las publicaciones y las obras de teatro, otorgaban certificados de buena conducta sin los que era imposible conseguir un trabajo, y relegaron a las mujeres al papel de sumisas esposas y madres, que debían ser siempre sacrificadas y devotas.
Los medios de comunicación, controlados por el aparato del Estado, trasmitían las noticias convenientemente filtradas. Radio Nacional de España, nacida durante la guerra como órgano de propaganda del bando nacional (de ahí su nombre), convertida en el principal medio de comunicación de masas, monopolizó la información hasta 1977 que emitía a través del “parte”, recuerdo de los tiempos de la guerra.
La figura de Franco fue exaltada hasta el ridículo, presentado como un ser superior sin el que los españoles estarían perdidos. Convertido en “caudillo por la gracia de Dios”, como rezaba en las monedas, su llegada al poder había salvado a España de las garras del comunismo, la masonería y demás amenazas extranjeras, para devolver al país más católico de Europa, “el más querido por el Corazón de Jesús”, su papel trascendente en la Historia.
El retrato de Franco y los símbolos falangistas adornaban calles, escuelas, edificios públicos, etc. y el himno de Falange, el Cara al Sol se entonaba en esos mismos espacios con asiduidad.

4. Las “familias” del régimen

El dictador se rodeo de una serie de grupos de poder, denominados “familias a falta de una mejor denominación, entre los que procuró mantener siempre un equilibrio y cuya influencia efectiva se medía por el número de representantes que mantuvieron en los sucesivos gobiernos de Franco:
  • El Ejército fue siempre la columna vertebral del régimen, protagonista indiscutible del alzamiento y del triunfo en la guerra. Sus altos mandos estuvieron siempre presentes en los gobiernos y ocuparon las carteras relacionadas con la defensa del Estado. Como encargado de velar por el orden franquista, el Ejército ejerció jurisdicción sobre los delitos de opinión, siendo militares los tribunales que juzgaban los delitos políticos. Los valores militares y la simbología castrense tuvieron un papel destacado en todas las manifestaciones del régimen (desfiles, uniformes, actos de exaltación a la bandera, etc.)
  • La Iglesia católica se identificó plenamente con Franco, al que concedió el inaudito privilegio de entrar bajo palio en los recintos sagrados. Su dominio sobre la sociedad fue total; la enseñanza religiosa pasó a ser obligatoria en todos los niveles, incluida la universidad, y su moral se impuso incluso en el ámbito privado. Se mantenía de los presupuestos del Estado, que no permitía ningún otro culto, y proporcionó cuadros dirigentes a través de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas (ACNP) y, posteriormente, del Opus Dei, organización ultraconservadora a la que pertenecían los tecnócratas que dirigieron la apertura al exterior desde los años 60. Los prelados formaban parte de las Cortes franquistas y estaban presentes en los actos oficiales, inauguraciones, etc., bendiciendo con su presencia dichos actos. En definitiva, el franquismo se apoyó en el nacional catolicismo cuando, terminada la II Guerra Mundial, tuvo que evitar la vinculación con el fascismo.
  • Falange proporcionó al régimen su ideología y sus símbolos, además de las organizaciones que permitían encuadrar a toda la sociedad: los jóvenes en el Frente de Juventudes, las mujeres en la Sección Femenina, etc. En los años 40 fue el principal grupo de poder, con el cuñado de Franco, R. Serrano Súñer, al frente, pero tras la derrota del fascismo en la II Guerra Mundial, su influencia fue decayendo, y su organización, bajo el férreo control del Caudillo, fue utilizada convenientemente por éste en su provecho.
Los monárquicos, que apoyaron inicialmente a Franco, se distanciaron a medida que el franquismo se consolidaba como régimen, sin dar paso a la restauración monárquica que ellos esperaban. La Ley de Sucesión de 1947 que permitía a Franco nombrar sucesor los alejó definitivamente del régimen al verse postergados los derechos de D. Juan de Borbón.
Por lo que respecta a los apoyos sociales, además de los encuadrados en las familias citadas, respaldaron al régimen, ya desde el propio alzamiento y la guerra civil, los grandes propietarios agrícolas, industriales y banqueros, quienes recuperaron su hegemonía económica, social y política. A este núcleo se fueron sumando las clases medias rurales y la pequeña burguesía urbana. Surgió, además, una clase de nuevos ricos cuya fortuna procedía del estraperlo en el mercado negro, y por tanto su propia existencia sólo era posible por la corrupción permitida por el régimen. Por otra parte, la fuerte represión y las duras condiciones de vida impedían cualquier contestación de la clase obrera, y el régimen consiguió que el “apoliticismo” se extendiera entre la mayor parte de la población.

15/4/10

3. El Movimiento Nacional

Para institucionalizar el nuevo Estado, el franquismo se valió del Movimiento Nacional, el partido único creado en 1937, cuando el Decreto de Unificación integró a todos los grupos que habían apoyado la insurrección militar (carlistas, alfonsinos, falangistas, etc.) en Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista. La prohibición de los partidos políticos, y la subordinación de FET y de las JONS a la figura de Franco llevó a que se evitase el término “partido” incluso para esta organización, conocida siempre como “el Movimiento”. Éste suministraba los cuadros dirigentes y permitía encuadrar a la población, a la vez que adoctrinarla, en nuestra peculiar democracia “orgánica”. Falange se encargó de trasmitir la doctrina política del franquismo a los jóvenes través de la “Formación del Espíritu Nacional”, asignatura obligada en los centros de enseñanza.
Vinculado a él, la Organización Sindical, vertical y de obligada sindicación, integraba a patronos, técnicos y obreros, organizados por ramas productivas bajo el control del Movimiento, prohibiéndose los sindicatos de clase.
Esta organización social y política se autodefinía como democracia orgánica, basada en la familia, el municipio y el sindicato, unidades nacionales que representaban a la sociedad, en un fiel reflejo del corporativismo fascista. Es decir, frente al sufragio directo e individual de la democracia occidental (calificada peyorativamente como inorgánica), se defendía el sufragio indirecto y corporativo; y el partido único frente al pluripartidismo democrático.

14/4/10

2. Las Leyes Fundamentales

A falta de una constitución, el franquismo basó su ordenamiento jurídico en las siete Leyes Fundamentales promulgadas entre 1938 y 1967:
  • El Fuero del Trabajo (1938) regulaba las relaciones laborales según los fundamentos ideológicos de Falange, prohibiendo las huelgas y la sindicación libre.
  • Ley de Cortes (1942); creaba las Cortes Españolas, meramente consultivas, formadas por procuradores natos (alcaldes, ministros, jerarquía eclesiástica, etc.), los nombrados por Franco y los designados por los sindicatos verticales.
  • Fuero de los Españoles (1945); declaración de derechos y deberes, sin garantías, y que el gobierno podía suspender cuando lo considerase oportuno. Fue una respuesta a la condena internacional al régimen una vez concluida la II Guerra Mundial, como simulacro de apertura hacia la democracia.
  • Ley de Referéndum Nacional (1945); por la que se podía someter a referéndum las cuestiones que el Jefe del Estado considerase oportunas.
  • Ley de Sucesión (1947); definía a España como un “Estado católico, social y representativo que se constituye en Reino” y autorizaba a Franco a nombrar sucesor. Esta ley alejó del régimen a los monárquicos, que veían postergados los derechos de D. Juan de Borbón.
  • Ley de Principios Fundamentales del Movimiento (1958); califica al Estado de monarquía tradicional, católica, social y representativa, y reconoce como cauces de participación política la familia, el municipio y el sindicato.
  • Ley Orgánica del Estado (1967); que define el sistema político español como una “democracia orgánica”, reafirma los principios del Movimiento y establece que en las Cortes haya un tercio de procuradores electivos, representantes de las familias.

13/4/10

Características del Estado franquista

Tras la Guerra Civil, España se encontraba económica y socialmente destrozada. La paz, fruto de la victoria militar sobre el adversario y no de una negociación, permitió a los vencedores imponer sus condiciones. El nuevo régimen, que emprendió una feroz represión contra sus opositores, se dispuso a implantar un nuevo sistema político, ideológico y social de raíz fascista, basado en el poder personal de Franco.

1. Un Estado totalitario

Los principios políticos del franquismo se basaban en la concentración de todos los poderes, políticos y militares, en Franco: Jefe del Estado, Jefe de Gobierno, Jefe del Movimiento y generalísimo de los Ejércitos. Aunque este era el fundamento real del régimen, se acompañó de un aparato ideológico que tendría como rasgos más reseñables su anticomunismo (identificando con comunismo cualquier disidencia política, culpable de todos los males de España, y de origen extranjero); el catolicismo (que otorgó un gran poder a la Iglesia a cambio de la legitimidad que ésta aportó al régimen y que llevó a que la moral católica impregnase toda la vida de los españoles de la época); y tradicionalismo, entendido como vuelta a la esencia de lo español, que tenía su mejor expresión en la España Imperial y la de los Reyes Católicos, cuyos signos se adoptaron y cuya historia era continuamente ensalzada, modelo de gloria y unidad para la patria, mientras que la España contemporánea, con el triunfo del liberalismo, solo era un despropósito de errores a olvidar.